La mañana transcurrió como siempre. Después de la soporífera clase de historia tenia la de psicología social, muchísimo mas interesante, es mas, podría asegurar que es la única potencialmente interesante en mi 1’ cuatrimestre. Doblemente buena aquel día pues con ella llego Cris y su alegría. Y sus anécdotas del día anterior dicho sea de paso. Ella y su extraña capacidad de endulzar mis malhumores mañaneros.
Por lo menos había tomado una determinación, la de no rendirme.
De siempre me ha apasionado descubrir los entresijos de la mente, entender porque la gente se comporta de un modo u otro ante la misma situación, aprender a ver las zonas erróneas en formas de pensar poco sanas o potencialmente neuróticas en el ser humano.
El problema es que no me resultaba interesante la mayor parte de las cosas que estaba estudiando. En la vida, lo realmente importante para mi había sido siempre disfrutar el camino… sino la balanza se quiebra. Por eso últimamente andaba tan perdida, (dejando de lado mi situación emocional, por supuesto). Al principio pensaba que solo seria cuestión de tiempo, de costumbre. Pero desconfío del tiempo, lo malgasto o lo difumino hasta casi extinguirlo...
Así que me arme de esperanzas de que tras semejante inicio la cosa mejorase. Para construir una realidad, primero tienes que creer en ella, y yo intente creer con todas mis fuerzas.
Aunque según dicen la esperanza es un buen desayuno pero una mala cena.
Salimos temprano, ¡así que decidimos que ese día seria el día semanal de comer en derecho! Puesto que luego nos quedábamos a estudiar en la biblioteca…
Todo bien, hasta que cuando de camino a la biblioteca, me choque con alguien y todas mis cosas saltaron por los aires. Sobra decir la gracia que me pudo hacer el asunto vamos. Lo mejor de todo fue levantar mi cara de “estoy a punto de fulminarte” y encontrarme a Lucas como responsable del accidente.
Estaba en el justo limite en el que no sabes que hacer.
Y decidí esperar siquiera una disculpa…
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